Ayer soñé con Paulo Coelho. Fue un sueño espeluznante. Me habló. Dijo: «El gordo ambiciona y el delgado saborea». Y yo pensé: Revela su dicha el flaco mientras intenta tangar al gordo. Luego me desperté. Imposible soñar más con Paulo Coelho. Abrí los ojos y amanecí en lunes, que no es un domingo, precisamente, y durante el día no leí más que memeces y todo el mundo me pareció un memo y me dieron ganas de contar todos los memos que había, pero al atardecer se me pasó y lo de Coelho no. A Coelho siempre lo estoy esperando. Con Coelho el más breve de los pensamientos supone una sombra encendida. Todo cuanto está a mi alcance me impide olvidar.
Así que ahora veo a Coelho por todas partes. Veo montañas de crocanti, limones de naranja y a Paulo Coelho, muy claramente. Ya no soy un receptor pasivo de la información externa que entra en mi cerebro a través de los sentidos. Ahora lo que busco son pautas de forma activa, convierto escenas ambiguas en otras que se amolden a mis expectativas mientras me pierdo todos los detalles inesperados. Se cumple en mí el efecto Baader-Meinhof. Soy el humano completo que tiene manía a Paulo Coelho. Y como tengo manía a Paulo Coelho, me lo encuentro muchas veces en un corto periodo de tiempo.
Por suerte, todo efecto formulado está sujeto a una tasa de crecimiento y decrecimiento, y por lo tanto dosificado por la Función exponencial, que en matemática es una función donde «y» es igual a «ex» y donde «e» es una constante base del logaritmo, digamos que 2,71. Si una de las aplicaciones prácticas de la Función exponencial es el tiempo de duplicación; si sabemos que la antipatía hacia Coelho regurgita en un entorno finito; si su tasa de crecimiento diario es del 2%, muy poco, aunque no necesitamos más; entonces, cada treinta y cinco días la manía se duplica, y con ello, se duplica la necesidad de argumentos y la energía vital que estos requieren. Algo inaguantable.
Por eso, sin duda, llegará un día en que diga basta. Se acabó. Fin. A la mierda Paulo Coelho. Porque sufro de manías pero también me afecta la volubilidad. Siempre habrá otra verdad suplente, una nueva línea roja que volver a traspasar.
8 comentarios
El número e era el límite de la función (1+1/n)elevado a n. Ya ni me acuerdo de todo a lo que se aplicaba, pero jamás hubiera sido tan brillante de endosárselo a Coelho.
Por favor Sr. Azkona: deje a Coelho en paz. Y ya de paso, a Bucay y a Isabel Allende, que le veo por dónde va.
Alguien tiene que hacerse cargo del difícil trabajo de escribir para engañar a la humanidad y, después, haber de resignarse a la triste labor de invertir las pingües ganancias, o de pasar veladas ordenando montones de billetes.
Yo soy fan de Wayne Dyer. El poder de la intención, qué gran verdad, se lo recomiendo al amigo Junqueras.
Por cierto, está usted muy versado en el número de Euler, la próxima vez tiraremos hacia la Función exponencial en el campo de los números complejos, donde para valores imaginarios puros se cumple la identidad e (i.t)= cost + i . sin t . Dicen (no estoy de acuerdo) que es la fórmula más importante del mundo.
Mienten: hay dos fórmulas más importantes en el mundo: la F1 y la de la Coca Cola. Mi hija me trae loco con los cosenos y las tangentes. Ya me he hecho viejo.
Veo qué sigues en plena forma, (y más rudo). Tus comentarios tampoco van a la zaga, los dos…
Depende. A veces escribo yo, pero otras toman la palabra personajes de diferente pelaje, bestias peludas con ganas de comunicar sus antipatías. En estos casos intervengo, pero poco, para cortar aquí y allá, sin desvirtuar el mensaje pero intentando reflejar, además, la deforme personalidad de los agrafos trágicos que surgen de mi mismidad. Por cierto, saludos de Gina, confieso que he contado con su consejo en los intringulis matemáticos de este texto. Y un abrazo, amigo, gracias por tu visita desde Wageningen. Si te das una vuelta por el blog, encontrarás todo tipo de historias; una amables, otras 'rudas', sí.
Yo al que odio es a Jodorsqui. Tanto lo odio, que el único libro suyo que leí lo olvidé de pé a pá.
Coello me remite a la purpurina. Y a señoras gordas intentando hacerse valer por su coeficiente intelectual de 2. Y su gran corazón, por supuesto.
A veces confundo a las personas. Por ejemplo, a Juan Marsé lo confundo con Juan Cruz, que es un periodista al que le tengo cierta manía. A Paulo Coelho lo confundo con Jodorowski. Y acabo de descubrir rebuscando en Twitter que la frase: "El gordo ambiciona y el delgado saborea", es, en realidad, de Jodorowski, y que yo le respondí con este tuit: "Dijo el flaco mientras tangaba al gordo". Por cierto, ¿cómo hemos llegado a Paulo Coelho? En el texto se habla de un tal Pablo Coello. No tiene nada que ver. ¿O sí?
Gracias por caminar un domingo hasta el Café Kubista, Talita, feliz año nuevo germano.
Lo nunca dicho! Qué buenas anécdotas, madre.
Jodorosqui lo que tiene es maldad pura, a diferencia de Pablito que me es de buen corazón.