Trotar

Articuento

Leo lo que sea. Aspiro a enterarme de todo. Por ejemplo: ayer leí que en 1962 hubo una epidemia de risa en Tanganica. Es algo útil que no aparece en los libros de Historia, al igual que nada se encuentra de la volubilidad del ser humano o de la posibilidad de correr un maratón desde el sofá de casa.

Mi sofá es un sofá ‘chester’ con el respaldo y los brazos en voluta, tapizado con un capitoné muy desgastado en el arrimo y en los apoyos, pero no en el asiento. De patas cortas, torneadas, ligeramente aplanadas por los años y provisto de ruedas, su relleno de muelles devuelve los ecos de otra época junto a otros nuevos, fijados en el presente, que hablan de elegancia, comedimiento y calma.

(Disculpen, por favor, la digresión. En general me muestro inerte, casi difunto. Después de pensar mi mente sufre lagunas imposibles. Rara vez broto y me convierto en un raudal. Si percibo una linea recta reculo, doy marcha atrás. Y a la primera oportunidad… huyo, me esfumo, desaparezco, soy un antónimo de listo, de preparado, de ya.) (Ahora que lo saben, no me lo tengan en cuenta.) (O sí.)

Todos los años, al llegar el veintidós de diciembre, corro un maratón desde el sofá de casa y no me levanto en dos semanas. Es una modalidad antideportiva de larguísima distancia con la que olvido lo que soy. Me borro del mundo, acallo una a una todas las voces que resuenan en mi cabeza y troto sentado sobre los textos de los demás. Catorce días y catorce noches donde la única regla es releer sin pausa los diez libros que más disfruté durante el año.

En este tipo de maratón no hay lugar para las sorpresas. Ninguna novedad está permitida en la competición. Relecturas, dos puntos, punto. Y este año tampoco hay excepciones: ‘Dublinesca’, de Enrique Vila-Matas. ‘Geometría del azar’, de Fernando Palazuelos. ‘Cerrado por melancolía’, de Isidoro Blastein. ‘Los detectives salvajes’, de Roberto Bolaño. ‘Sostiene Pereira’, de Antonio Tabucchi. ‘El Loro de Flaubert’ e ‘Inglaterra, Inglaterra’ de Julian Barnes. ‘Ochenta y seis cuentos’, de Quim Monzó. ‘After Dark’, de Haruki Murakami. Y ‘Los cuerpos de las nadadoras’, de Pedro Ugarte.

Cuando vuelva, no seré yo. Y sí lo seré. Parece una contradicción. Y de hecho lo es.

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