—Marciana Maraver, le habla Beltrán Bable, subinspector de Policía. Salga.
—No tengo la más mínima intención de abandonar esta santa habitación, señor comisario, y rara vez hay finalidad cuando se hace algo sin intención.
—Le está hablando la autoridad, que salga le digo.
—¡No! Cualquier acto de autoridad de hombre a mujer que no derive de una urgente necesidad ¡es tiránico!
—Marcelino, coño, diga usted algo.
—Yo en estos casos ni mu, mi sargento. Prefiero ir al Derecho a través de la policía. Cuando un hombre del derecho se ubica en el Derecho sin la intervención de la guardia, no duerme tranquilo.
—Joder, Marcelino, una buena conciencia es la mejor de las almohadas… ¿Lo escucha usted también, Marciana?
—¡Cómo! ¿Que mi marido está con usted? ¡No me lo puedo creer! Deténgalo, señor comisario.
—¿Detenerlo? ¿Y a santo de qué?
—Mi marido ya no es mi marido, ¡es un monstruo! Oígame bien: ¡un monstruo! Que la sopa está salada… Y a él solo se le ocurre imponer la perturbación y el sobresalto. Sin una patata cruda y sin un nuevo hervor. Acabáramos.
—Hombre, si en esta negociación hay presente un monstruo, la cosa cambia, Marciana. Salga y acompáñeme a presentar la denuncia.
—¿Denuncia?
—Por supuesto, la libertad es un funcionario ciego, pongámosle gafas.
—Ah, entonces no, a mi marido hoy no se lo llevan de casa. Imposible dejarme sola.
Un comentario
Muy chulo, me encanta.