Mal día para empezar una serie de artículos, hoy. La secuencia lineal comentada. La gradación descendente de los autores que saben y no saben escribir, esa especie de muditos en activación física y sensorial que cuentan batallitas. Escritores que tienden a esfumarse entre frases superpuestas y que en medio de la esfumación descubren la parte diletante de la primera parte: el avance hacia atrás, la retirada en círculo, el argumento elíptico.
Hablo, por ejemplo, de José. José es un filólogo especializado en filosofía y estética de la literatura romántica que ha estado siempre vinculado al mundo editorial, como redactor, editor y traductor para distintas editoriales. En 2015 ganó el Premio Nadal con Cabaret Biarritz, una más que correcta novela, pero en la actualidad no tiene noche sin sobresalto y se encuentra inmerso en una especie de subducción literaria. Como ocurre con la tectónica de placas, en la subducción de José intervienen dos fuerzas dispares, una que proviene del empuje de la narrativa histórica y otra que deriva de la promoción de ventas.
Me explico. Verán. Decía José, el 27 de julio: «Que los demás no saben leer es la excusa más vieja, más torpe y más necia de los autores que no saben escribir». Gansadas al margen, pareciera que José ha dejado de tener en cuenta varios factores a la hora de planificar la dinámica de la subducción. Si bien el empuje del planteamiento es afirmativo, sus fuerzas gravitacionales no tienen sentido. El éxito te hace vivir en una burbuja pero el fracaso finalmente te pone en tu sitio. Por lo tanto, a mayor fuerza gravitacional menor será la flotabilidad. O, lo que es lo mismo, si estableces unas premisas ridículamente altas y resultan un fracaso, vas a fracasar por encima del éxito de todos los demás.
Medio arrepentido, el 28 de julio José descubre el avance hacia atrás y sufre su primer arrepentimiento de frase. Entre líneas lo deja entrever. Escribe: «Y decía Quintiliano que lo inesperado era un gran deleite, pero que se habían sobrepasado todos los límites y se había agotado el encanto». Muerto el encanto se acabó la gracia metaliteraria, pero esto es algo que pienso yo, José no es consciente del todo. A los hechos me remito. Como si tuviera dos bocas, una sobre otra, el 29 de julio José amanece sin jugo en el suelo y emprende una peculiar retirada en círculo. Se pregunta: «¿Qué sería de nosotros, pobres ignorantes, si no contáramos con el auxilio divino de los articulistas de opinión? Gracias, oh».
Los tontos más peligrosos son aquellos que, cuando no tienen nada que decir, inventan un motivo. Decía Rochefoucauld que la simplicidad afectada es una impostura refinada. Yo creo que José no es tonto, ni resulta peligroso. En el fondo sabe que la subducción provoca muchos terremotos y que los terremotos ponen en problemas al lector que te está contratando. Así que esa misma tarde, la del 29, zanja el tema adoptando con premura el argumento elíptico. Se da una lección a sí mismo. Escribe: «Como decía el personaje de M Smith en «Downton Abbey», hay gente cuya única obsesión es demostrar a los demás su supuesta superioridad moral».
El ángulo de subducción depende mucho de las características de la persona que subduce y genera diferentes reacciones en superficie. El roce producido por el contacto y el movimiento en redes sociales origina una acumulación de energía potencial y elástica que se libera en forma de oscilaciones relativas. Entre bloques separados por un plano lineal, generar reacción en las redes, para producir un reflejo en los medios y así suscitar movimientos de caja, suele ser la estrategia recurrente. Sorprende ver a José amoldado a esa teta.
Claro que también puedo estar equivocado. Ah, no, que el lector nunca se equivoca.