Una vez con 15 años gané el concurso literario de una asociación de consumidores, pero me asoló una extraña desgracia y el premio recayó en otra persona. Cuando recibí la publicación de los textos premiados y vi mi cuento allí, fui a reclamar. Llegué corriendo y dije: «Este no soy yo». «Quién», preguntó una oficinista. «Este, el de la foto, como verá yo tengo pelusilla en el bigote, soy chico. Veo imposible llamarme Begoña».
Al principio la oficinista primera no quiso entender. Luego alguien habló de un error en las plicas. ¿Las plicas? Los sobres cerrados. Ah. Y se organizó una reunión entre las partes. ¿Las partes? Los implicados. Ah. Acudimos una Begoña, un padre, la oficinista primera con su segunda y yo mismo en persona. Fue una reunión corta. Dijo el padre: «Qué quieres, ¿el dinero?» Dije yo: «Uy, el dinero, yo vengo a salvar mi nombre». Y entonces me dieron una escultura de Paco Labiano.
En el pasado existían cosas como el honor y la elegancia y la gente defendía su nombre y no iba en contra sino a favor.
Ahora igual agarro el dinero y no me ven más.
2 comentarios
Y yo que pensaba que te habías cambiado el nombre! Ahh, el cochino dinero…
No tengo ninguna Begoña. Tengo un Modesto desde hace poco, pero Begoñas no contemplo por ahora.