El país del dinero

Risueñas (1)

Según Martina Mistral, de cinco años, la última novela de Pedro Ugarte, El país del dinero, es un libro de peluqueras. Cada día Martina reúne a sus muñecas frente a la bañera, prepara con mimo el secador, sitúa los peines, las gomas, los rulos, y cuando tiene todo preparado, ojea el libro estampado con el hombre del maletín y se inspira. El truco está en mirar por el libro y hacer un peinado. Un peinado rápido, sobre todo.

Y una niña con un libro, pienso, es más peligrosa que una niña sin un libro, así que cada vez que Martina nos visita y me roba mi Pedro, yo intento distraer su atención y recuperarlo. Luego cruzo el pasillo, me encierro en mi despacho y respiro con levedad. Ya está, me digo. Abro el libro, examino sus páginas y vuelvo a respirar. Pervive. Entonces, invariablemente, la novela casi a salvo, Martina llama a la puerta. Tienes mi libro de peluqueras, dice. De peluqueras, digo. De peluqueras, dice.

Las bibliotecas domésticas tienen algo de exhibicionistas, de farsantes. Reflejan una imagen de nosotros, pero es una imagen incompleta, de mentira, por lo que no resultan útiles a ojos extraños la mayoría de las veces. Las bibliotecas domésticas son, en secreto, diez o doce libros importantes, diez o doce libros camuflados de casualidad entre cientos de señuelos. Una docena de libros huevo en el ponedero de los libros trampa.

«El país del dinero» es uno de mis libros huevo. Hay algo de maravilloso en él. No son los hechos reales los que lo construyen, sino las palabras, y es la mano de Pedro Ugarte la que empuja las palabras, la que construye y luego rompe las frases para volver a componerlas. En ocasiones, al escribir, uno inventa periplos complicados en el orden de los hechos, pero a Pedro el ruido del dinero le trae los recuerdos de un país exacto en el que las grandes tragedias, en realidad, no lo parecen. Son discretas, silenciosas, tremendas de tan bien educadas. Ni siquiera descubren su naturaleza. Ni siquiera revelan lo que son.

Ahora llaman a la puerta. Es Martina Mistral. Necesita su libro de peluqueras. La juventud, en contra de lo que se piensa, es la edad más seria de la vida, así que toca despedirse. Dieciséis por veinticuatro centímetros, trescientas veinte páginas, tapa dura. Supongo que a estas bajuras Pedro no se enfadará

De peluqueras, digo. De peluqueras, dice.

2 comentarios

talitatraveler 13 de mayo de 2013 Contestar

Pero bueno, andar quitándole a la niña su libro de peluqueras! Mis libros de peluqueras, o huevo, son los que más hechos polvo están, pero es porque son los que más han vivido!

Álex Azkona 13 de mayo de 2013 Contestar

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